Marcelo tenía 21 años, le gustaba jugar al rugby y ayudaba a su papa en un emprendimiento en una panadería de barrio. Su mamá, dice que Marcelo siempre fue un tiro al aire. Hasta que murió su padre y tuvo que hacerse cargo del negocio familiar y las deudas que su papá había dejado.
“Tuve que crecer de golpe, no tenía para la nafta”, sostiene.
Marcelo fabricaba tostaditas finas para restaurants desde una pequeña panadería de barrio. El mercado era limitado y el vio que si se quedaba allí, también allí se quedaba la empresa.
Además de los restaurantes, comenzó a vender en almacenes. Fue un acierto y también descubrió el gran problema de ese canal de distribución. Las galletitas a mediados de la década del 80 se vendían en latas cuadradas y dentro de ellas las galletitas sueltas. Y las galletitas que se rompían, se devolvían. Eso significaba dinero perdido.
Además, su producto, las tostaditas se rompían mas que las galletitas dulces y las perdidas eran significativas.
Una innovación en el empaque de las galletitas, lo convirtió en pionero en envasar galletitas y resolvió una gran merma de productos.
Sobrevivió a la híper de Alfonsín vendiendo galletitas dulces ya que como él mismo recuerda: “no le vendía una tostada a nadie”, sobrellevó la crisis del 2001 siempre con una estrategia innovadora y cada oportunidad de crecimiento la aprovechó con astucia.
Hoy cuenta con una empresa sólida, con el apoyo de su familia, con varias líneas de producción de su propia marca, y de marcas ajenas, y sueña con seguir creciendo, posicionando en el mercado su producto estrella aun con más presencia.