La empresa nació en la década del 20 en un pequeño taller de Palermo y generación tras generación fue creciendo. Los primeros tiempos fueron duros, después siguió una etapa de crecimiento de la mano de las exportaciones y por el año 1993 tuvieron que afrontar una gran crisis que les significó un enorme retroceso.
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Para fines de la década de los 90 la cuarta generación tomó las riendas y como Sebastián lo define “la empresa es mi gran pasión” y con la ayuda de sus hermanos encaminó la Marmolería Álvarez hacia un nuevo rumbo.
“La crisis del 2001 fue lo peor que hemos pasado”, recuerda. Estaban endeudados en dólares, sus papá cayó gravemente enfermo y los hermanos no sabían qué hacer.
El 2003 llega con alivio trayendo una nueva apuesta, pero también un puñado de riesgos. “Era apostarlo todo, podíamos perder o podíamos ganar”.
Decidieron arriesgar sin dejar de sentir que cada proyecto podía generarles entusiasmo, pero también dudas y temores.
La compra de la cantera propia se convirtió en un hecho y ya afianzados en el proceso de crecimiento apostaron a construir edificios, un viejo sueño de Sebastián que escoltado por sus hermanos se convirtió en el nuevo emblema de la marmolería familiar, que hoy se afirma a pasos agigantados y recuerda con nostalgia los comienzos de sus antecesores.
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