Salomón Abas camina junto a sus hijos por la fábrica familiar con la convicción de que el sonido de las máquinas es igual o más gratificante para él que un concierto en el Teatro Colón. Sólo él y los suyos conocen en carne propia el sacrificio que significó llegar a este productivo presente y convertirse en una empresa referente en cubiertos y utensilios de cocina.
Un oficio que arrancó como una necesidad y se convirtió en un pilar de su vida.
Salomón tenía sólo 7 años cuando tomó la gran responsabilidad de ayudar a su familia. Su padre había llegado de Damasco, Siria, con lo puesto y se las rebuscaba vendiendo ropa en Once para que a sus hijos no les falte un plato de comida. Sin embargo sus grandes esfuerzos muchas veces no eran suficientes y fue así como Salomón decidió salir a la calle para tratar de colaborar en su casa.
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EMPRENDER DESDE CERO
“Vendía vallenitas, flores, limones, tarjetas de fin de año y hasta caramelos en la cancha. Ya a los 11 años y luego de la escuela, iba a la plaza de Flores, ponía un trapito en el piso y ofrecía elásticos, peines, agujas y cosas para el hogar. Un día pasó la maestra y me preguntó qué hacía vendiendo en la calle. Le dije que me estaba ganando la vida porque mi familia era muy pobre y me dijo que iba a hablar con su marido para que me tome como empleado en un mayorista de cubiertos y cosas de bazar. Era una gran empresa y ahí empecé a trabajar”
Casi sin darse cuenta y como un juego de niños, Salomón comenzó a forjar un oficio que años más tarde se convertiría en su vida y con la llegada del acero inoxidable vio su gran oportunidad de progreso. “La gente se volvía loca porque era un material inalterable a diferencia del bronce. Entonces empecé a ir a los fabricantes de cubiertos, les pedía muestras y luego iba a los comerciantes y los vendía. Iba a Luján, iba a Lobos, a Cañuelas y empecé a vender muchísimos productos”.
DE EMPLEADO A DUEÑO
“Un día estaba en un bar y se acercó un conocido y me dijo que él era contador y que tenía unos pesos para hacer una sociedad. Entonces pusimos un local en la calle Bartolomé Mitre donde yo exponía los cubiertos. Además, tenía dos piezas en el fondo. Una era una oficina y en la otra comprábamos cubiertos de segunda que venían fallados de fábrica, los arreglaba, les sacaba la punta y los vendía”.
Tras algunos años la sociedad se disolvió y Salomón continuó adelante con el negocio de los cubiertos. Empezó a comprar y vender al por mayor hasta que el dueño de una fábrica le ofreció quedarse con ella. “Me dijo que la pague como pueda y que me iba a enseñar cómo era el rubro”.
“Lo pensé un poco, lo consulté con uno de mis hermanos y juntos arrancamos. Nos costó muchísimo los primeros años. Me quedaba a dormir en la fábrica y me iba a mi casa los fines de semana. Descansaba muy poco”.
Su hija Daniela recuerda que en ese momento su padre tenía escasos 22 años y destaca el sacrificio que realizó esos primeros años para llegar hoy a convertirse en líder del mercado con un plantel de 150 personas y un gran surtido de productos.
“Era muy joven. Hoy hago el paralelismo con mis hijos y me shockea aún más la edad”.
“Tras años de crecimiento mi papá ve que hay una empresa muy conocida que hace una promoción de unos cubiertos con filo serrucho. Era la primera vez que llegaban al país. Él tomó esa idea y pensó que algo tenía que hacer. En ese momento hacía sólo un cuchillo de acero y después la famosa línea 310 que venía con un mango color marfil que después se hizo celeste, verde agua, rojo, naranja”.
UNA IDEA INNOVADORA
La visión de Salomón fue un boom en las ventas. “En Argentina los cuchillos no cortaban y la gente quería cortar la carne. Cuando lo lanzamos tuvimos una experiencia espectacular, vendíamos de millones y la empresa trabajaba las 24 horas”.
A pesar de ello, el gran salto de Carol se vio interrumpido en el año 76 con la apertura de las importaciones. Llegaba mucha mercadería del exterior y apareció una firma muy grande de Brasil que hizo que caiga el proceso productivo.
“Los años 81 y 82 fueron de los peores de la empresa. La planta se redujo a 25 personas. Fueron momentos muy difíciles. Sin pedidos, sin operarios, con la fábrica en silencio. Fue una etapa muy triste” señala Hernán Abas, uno de los herederos de la tradición familiar.
CÓMO SUPERAR UNA CRISIS
Por esos tiempos, Salomón decidió sumar a sus hijos y hacerle frente a la crisis con innovaciones y nuevos lanzamientos. Amplió la línea con bandejas, pavas y utensilios para defenderse en el mercado.
“Cuando arranco a trabajar me doy cuenta que no había una imagen que nos identificara como marca. Se iba usando lo que iba quedando y le propongo a mi papá cambiar. Carol era el nombre de un rey en un libro que estaba leyendo mi tío y por eso el primer logo de la empresa fue con una coronita” recordó Daniela quien también se hizo cargo del packaging.
REINVENTARSE PARA SOBREVIVIR
Carol se reinventó y vivió años de excelencia hasta que una nueva crisis hizo temblar sus cimientos. Llegó el 2001 y la preocupación e incertidumbre era una constante. “No vendíamos para pagar ni los sueldos y el plantel se redujo notoriamente”.
Salomón recuerda que en ese momento le recomendaron presentar convocatoria de acreedores y él pidió plata prestada a sus familiares para salir del pozo. “Era todo o nada. Si le iba mal perdía todo lo que había conseguido desde los 7 años y él insistió en que lo iba a sacar adelante. Le gente le decía que no iba a salir pero él estaba convencido que sí”.
“Era parte de mi vida y quería sostenerlo de cualquier manera. Me iba a sentir muy mal si tenía que cerrar la fábrica”. Con mucho tesón, Salomón confió en sus convicciones y Carol salió adelante.
“Un día estábamos caminando por la fábrica y me dijo: ‘Dani, escuchá las máquinas otra vez produciendo, esto es música para mis oídos”.
Con más de 60 años en el mercado, Carol sigue apostando al futuro. Modernizaron la fábrica con máquinas traídas de Europa, ampliaron el stock y la variedad de productos y se mantienen de pie y fuertes en un país que golpea. El secreto: “Tenemos bases sólidas como familia” resaltan con orgullo.
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