Seaquest: El riesgo de emprender sin saber

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SEAQUEST es una marca de indumentaria, accesorios y calzado que creció impulsada principalmente por las  ganas de sus dueños, dos amigos de la infancia que se lanzaron a emprender sin tener experiencia en el rubro pero con un gran objetivo. Aprendieron, crecieron, se ilusionaron hasta que una estafa casi los hace abandonar todo. Sin embargo, se repusieron y sacaron la empresa adelante con la ayuda de sus proveedores. Hoy fabrican el 90% de sus prendas y, gracias a la confianza de sus franquiciados, cuentan con 17 locales en las principales ciudades del país. Además, sus productos están presentes en 170 negocios multimarca. Cómo lo lograron.

PRIMER INTENTO FALLIDO

SEAQUEST  nació de la mano de Ariel y Gustavo, un vidrierista y un gestor que forjaron un sueño desde chicos: tener un proyecto juntos. Ariel fue quien dio el primer paso. Corría el año 2001 y notaba que ninguno de sus clientes quería fabricar debido a la crisis que atravesaba la Argentina.  Entonces, ante la sugerencia de una clienta, se le ocurrió empezar a producir la mercadería para convertirse él mismo en el proveedor de los negocios en los que trabajaba.

“Arranqué con los buzos de chicos pero no fue una buena experiencia porque no tenía idea de nada. Las prendas no les pasaban por la cabeza y antes de empezar  ya había fracasado”.


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OTRA CHANCE EN EL RUBRO

No pasó mucho tiempo hasta que llegó la segunda oportunidad en el rubro y con ella se sumó Gustavo.

“La inversión fue muy chica. Compramos unos rollos de tela y arrancamos en un quincho. Nuestro depósito era su pieza. Ahí teníamos tres estanterías y poníamos las telas, la venta mayorista, minorista y las cosas de oficina”, recuerda Ariel.

Así se encargaron de fabricar sus primeras remeras para hombres. Fueron 12 prendas que vendieron por la zona sur de Buenos Aires y que llevaban en un bolsito que les había prestado la madre de Gustavo. De esa manera le ofrecían los productos a los clientes pero las reacciones no eran las esperadas. Otra vez la mercadería tenía fallas y era rechazada.

“No teníamos mucha idea y cuando cortábamos la moldería, los cuellos quedaban muy levantados. Algunas remeras eran muy cortas, otras muy largas. También hacíamos mal las combinaciones de colores y se salían las estampas. Eran invendibles”.

A prueba y error, Ariel y Gustavo fueron aprendiendo no sólo el oficio sino a hacer bien cada cálculo de su negocio para hacerlo rentable. Fue allí cuando se les presentó una oportunidad que puso a prueba su ingenio y astucia para salir de ese momento de incertidumbre. Uno de sus clientes les propuso empezar a distribuir ojotas y eso les hizo conocer nuevos negocios a los que luego les ofrecían su propia mercadería.

“Empezamos a vender cada vez más pero las condiciones que poníamos era que nos compren las remeras que hacíamos. Entonces de esa forma ganamos más clientes y nos hicimos conocidos en el ambiente”.

EL PRIMER LOCAL

Los años que siguieron fueron de crecimiento. Nuevas colecciones veían la luz cada temporada y los clientes se multiplicaban. Tanto crecieron que en 2004 les ofrecieron poner un local en Lanús y se lanzaron de lleno con ese nuevo proyecto sin pensar que no estaban en condiciones para la apertura porque no contaban con la mercadería necesaria para que funcione.

“Era una apuesta enorme para nosotros pero no teníamos plata para hacerlo. Compramos 50 perchas y las poníamos cada 50 cm para ocupar lugar. Además, para llenar el local fuimos a comprar cajas de zapatos y las pusimos vacías en las estanterías. No teníamos experiencia,  no teníamos artículos y no teníamos absolutamente nada, sólo ganas”.

Esas ganas hicieron que piensen en cómo remontar la situación y decidieron ampliar la colección. Incorporaron chombas, camisas, jeans y bermudas. Creció la producción en fábrica y también el proyecto de expansión de la marca con 4 nuevos locales. Gustavo y Ariel se encontraban atravesando su mejor momento hasta que una ingrata sorpresa que los hizo llegar al borde de la quiebra.

ESTAFA E INCERTIDUMBRE

Habían hecho un plan de negocio que consistía en entregar la mercadería a los clientes y ellos a medida que iban vendiendo, les iban dando la plata. Todo funcionaba como lo planeado hasta que los cheques de un cliente empezaron a ser rebotados y generaron una gran deuda.

“A veces por el afán de vender, uno le vende a cualquiera. Queríamos ir más rápido que la que la evolución de la marca y la estructura y se hizo una bola gigante de cheques rechazados. Los proveedores nos querían matar y no teníamos respuestas”.

Fueron tiempos difíciles en los que el teléfono no dejaba de sonar y las acusaciones se hacían inevitables. La sociedad estaba a punto de disolverse. “Tuvimos que reestructurar toda la empresa porque estaba todo muy negativo. Pensábamos que no íbamos a salir, pero era tirar todo por la borda o redoblar el esfuerzo y nosotros estábamos con la conciencia tranquila de que no habíamos hecho nada malo”.

NUEVO ARRANQUE

SEAQUEST era un caos. Debían 300 mil dólares y estaban a punto de perderlo todo. Gustavo hipotecó su casa y Ariel asumió el compromiso de salir adelante por su mejor amigo y por el proyecto. La solución era seguir fabricando pero la contra es que ya no tenían más crédito. Entonces decidieron juntar a todos los proveedores, contarles con sinceridad todo lo que había pasado y pedir su colaboración para hacer resurgir la marca. Ellos los entendieron y les dieron una mano muy importante para salir adelante. Antes de lo proyectado y gracias a su ayuda, recuperaron todo lo que habían perdido y superaron el momento más crítico de la empresa. Los años que siguieron fueron muy distintos a los del comienzo que estuvieron plagados de dificultades. Hoy, Gustavo y Ariel tienen el respaldo de una marca reconocida y de gran calidad que busca generar un impacto desde las estampas. Apuestan a la nostalgia con líneas ligadas al rock y al cine con las que planean llegar a cada rincón del país impulsados como desde el principio de la historia con nada más ni nada menos que sus ganas.

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